Como viajar con poco dinero

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lunes, 11 de octubre de 2010

Asia, a un lado. Al otro, Europa. Y allá a su frente, Istanbul


A ambos lados del estrecho del Bósforo se extiende la ciudad de Istanbul, urbe milenaria con más de diez millones de habitantes. En sus callejuelas infinitas dormitan los rescoldos de un pasado glorioso y tras las sonrisas ladinas de los turcos en sus bazares se esconde el espíritu indomable de un pueblo orgulloso.

Viajar a Istanbul es una experiencia enriquecedora, sobre todo para áquel que sólo ha atravesado sus fronteras para visitar las tradicionales capitales europeas. Su trazado caótico, sus mercaderes omnipresentes, su aire misterioso, sus especias ofertadas al aire libre y la infinita acumulación de mezquitas, proyectadas hacia el cielo por sus desafiantes minaretes, arrojan al rostro del viajero las esencias más puras del mundo oriental. El tranvía y las mansiones a lo largo de la costa, las habilidades políglotas de los comerciantes, la exótica amalgama de musulmanes ortodoxos y hombres y mujeres liberales, el trasiego de los buques frente al muelle y las admirables infraestructuras del aeropuerto y algunos museos sirven como asidero para una Europa que nace y termina a sus puertas.

La ciudad parece un ente vivo, una monstruosa extensión de edificaciones levantada sin orden ni concierto, exhalando en cada callejón los hálitos inconfundibles de las ciudades del litoral mediterráneo. En su inabarcable inmensidad reside gran parte de su encanto y los mitómanos más acérrimos pueden presumir de pisar un día suelo europeo para, al siguiente, cruzar el estrecho en barco y declamar a los cuatro vientos que se hallan en el continente asiático.

Por su enorme valor militar y político, Istanbul fue considerada durante siglos un enclave de vital importancia. En tiempos de Bizancio suponía el último dique frente al impetuoso bullir de los reinos islámicos y bajo el dominio de los otomanos pasó a ser calificada como la puerta de entrada hacia un mundo diametralmente opuesto a la cristiandad europea. Ahora, diluyéndose cada vez más los linderos geoestratégicos, el viaje a la ciudad ha pasado a ser un rito iniciático para el turista, que, entre zocos y palacios, se deja hipnotizar por un mundo de raíces completamente diferentes.
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